Hasta que la muerte me separe de ti, seré feliz.
Cien prostitutas volaban en el centro, todas exclamaban que tenían sed de mí. Ni la fuerza ni las ganas me poseían, mi ser estaba a cien kilómetros de ahí.
Me tocaban, me olían, se orinaban. Asco, pensé. Pero era lo que necesitaba.
Las luces bailaban con ellas, como si se hubieran puesto de acuerdo. Era muy entretenido hasta que una me llegó en los ojos, lloré.
Mi sangre no ha sido invadida por ninguna droga, pero ese calor tan sofocante fue como una línea de cocaína que rompía mi nariz e invadía mi cuerpo recordando esa sensación de asfixia que me dio cuando supe que habías muerto. Ahora tenía mal humor, quería pegarle a la niña que alguna vez me prometió un helado, pero luego se colgó.
Cuando supe que todo había terminado, encendí un cigarro y caminé hasta caer en una tumba. Ahí el sueño me invadió y descansé de tu ausencia.
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